jueves, 7 de mayo de 2009

Encuentro

Subí al ómnibus como todas las mañanas para ir al trabajo. Recuerdo que ese día, particularmente, había algo raro en el ambiente. El sol no había salido, las calles estaban desiertas, hacía frío. El viaje era largo y como de costumbre a los treinta minutos, comenzaba a quedarme dormido. En mi walkman sonaba el disco “El lado oscuro de la luna”, de Pink Floyd, cuando de repente escuché un estruendo y sentí el impacto en mi cuerpo. Habíamos chocado, pero nunca pude saber con qué. En el camino no había nadie, sólo estábamos nosotros. Miré alrededor y estaba solo, las personas que me acompañaban en el viaje ya no existían, habían desaparecido, no entendía qué pasaba. Tardé en recuperarme y al hacerlo, vi al chofer en su lugar. Cuando pude levantarme, me dirigí hacia él. Él estaba tendido sobre el volante, parecía inconsciente. Cuando me di cuenta de que respiraba, intenté acomodarlo. En ese mismo instante, sentí algo extraño en mis manos, sentía que no eran mías. Igualmente seguí tratando de incorporarlo, lo cual era un esfuerzo demasiado grande que no podía comprender.
La sorpresa fue cuando vi la cara del chofer. Era yo, si, yo estaba manejando ese colectivo. Me asusté y, al retirarme hacia atrás, mi imagen se reflejó en el espejo retrovisor, pero el del espejo no era yo, sino un hombre unos treinta años mayor, parecía agotado. Qué había sucedido, cómo estaba yo sentado al volante y el del espejo no era yo. Por otro lado, no me sentía incomodo con mi cuerpo, lo reconocía, reconocía algunos rasgos, gestos. Tardé unos minutos en darme cuenta de que ese anciano, también, era yo, cuando reaccioné, noté que el chofer esta sentado mirándome muy tranquilo.
- Fue fuerte el impacto, dijo.
Solo atiné a asentir con la cabeza.
- No te asustes, hacé de cuenta que es en un sueño. Estas cosas pasan muy pocas veces en la vida de algunas personas, solo estoy acá para que me digas como te fue en la vida, estas conforme?, valió la pena tanto esfuerzo. Mete la mano en el bolsillo del saco. dijo.
Cuando accedí a su pedido noté que algo había en el, era una fotografía. En ella estaba yo (el anciano), mi mujer, me di cuenta porque estaba tan hermosa como hoy en día y varios niños y niñas a nuestro alrededor. Una lagrima acaricio mi mejilla.
- Quienes son? Pregunté casi sabiendo la respuesta.
- Tus nietos, respondió.-
- Me imagine.
Otro golpe sacudió al ómnibus y una fuerte luz me dejo ciego por unos instantes. Cuando logre volver a ver, para mi sorpresa, ya no estaba en el micro, estaba en mi oficina redactando un telegrama de renuncia, contemplando la foto y dos pasajes de avión.

30 años después.

Nunca deje de mirar la fotografía todos los días y es el día de hoy que no dejo de acordarme de aquel momento y ver como ese anciano de la foto se va transformando día a día en ese joven que fui.

Leu.-

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