miércoles, 4 de noviembre de 2009

La Agraria

Imagínate que podes volver al año 1984, 85, cuando estaban por comenzar las clases y tenías esa incertidumbre de poderte imaginar a tus compañeros. Y te das cuenta de que los que pasaron en todos los años subsiguientes hasta que egresaste, te dejaron algo marcado a fuego en tu corazón. Eso es “La Agraria”, aquel viejo colegio en el que pasé mis años de adolescencia junto a un grupo de amigos inseparables, en ese momento. Hoy, con el paso de los años, cada uno siguió su rumbo, pero como dice un amigo, un hermano de la vida, con varios de ellos, el cariño sigue intacto.

Hace unos días, por razones personales, tuve que viajar en auto, a Buenos Aires desde Villa la Angostura, lugar donde estoy viviendo desde hace un poco más de siete años. Por esto se me ocurrió tomar la ruta nacional Nº 3, sí, esa misma, la que pasa por la ciudad de Las Flores, ciudad que alberga infinidades de historias de “La Agraria”, de cientos de ex alumnos y los que seguirán pasando por allí, dichas historias se multiplicarán hasta el infinito.

Lo más sorprendente del viaje fue que no tenía pensado entrar, pero cada vez que me acercaba a esa ciudad llena de recuerdos, el corazón se me aceleraba y sentía una nostalgia enorme que me apretaba el pecho. Por suerte, decidí entrar y pasar un par de horas dando vueltas. Hacía más de ocho años que no iba.

Primero fui al campo de la escuela. Saqué un par de fotos y de repente se me vino la imagen que tengo grabada en la cabeza, esa de cuando íbamos de la escuela al campo, por aquellos años en unos carros tirados por un tractor, que no sólo nos llevaba a nosotros, sino en el que también muchas veces iba la comida para los chanchos. Nunca faltaba algún sinvergüenza que le tirase un marroco con salsa a algún distraído del carro de enfrente. Hice el recorrido completo de vuelta hacia la escuela, que en esos tiempos estaba en el centro y me llevé la triste sorpresa de ver ese viejo edificio en ruinas, según un cartel enorme, en proceso de refacción, o algo así. Me produjo una profunda tristeza que me llevó hasta las lágrimas: ver el viejo zaguán de ingreso y las ventanas rotas. Puta, pasaron casi veinte años desde que egresé. Y por momentos parece que fue ayer. Vaya paradoja del destino, en esa misma esquina pinché un neumático. Tuve que quedarme unos minutos ahí, pero no pude acercarme hasta el colegio.

Eran cerca de las dos de la tarde de un domingo y decidí mandar un par de mensajes de texto a mis dos amigos: El Chelo y El Coqui. Por suerte uno me contestó y nos pudimos encontrar los tres, poco tiempo..., ya habrá más para poder recordar viejos momentos. Y después de verlos y conversar un rato, decidí partir...

Pasaron varios días después del viaje y no pude dejar de pensar en esa parada tan emocionalmente efectiva. Lo necesitaba. Siempre es bueno darse una zambullida por la historia de uno para saber dónde está parado hoy.

Al sábado siguiente, antes de emprender la vuelta, se me ocurrió abrir el viejo baúl de fotos que hay en la casa de mi viejo y me encontré algunas que me volvieron a llevar a ese pasado “Florense”. Y así me subí al micro, con muchas historias en la cabeza que nunca me voy olvidar.

Tengo sabido de memoria el recorrido que hacíamos hacia el CEF para ir a las clases de gimnasia.

La esquina del banco Nación, donde desde la esquina de enfrente, en el monumento de la plaza, nos sentábamos a contemplar la gente que pasaba.

Muchos también recordarán el local de ENTEL, de donde hemos hecho infinidad de llamados por diferentes motivos. En la esquina, si mal no recuerdo, estaba la Cooperativa del Hogar Obrero, lugar donde más de uno se ha llevado por picardía un salame o una lata de paté sin pasar por la caja. No creo que haya sido ese el motivo de su cierre, no?

Puedo nombrar infinidad de lugares: el bar Status, La Esquina, El quiosco de Miguel, los sandwiches del gordo Samuel, la florería de al lado de la escuela, los bailes del Club Atlético los domingos a la noche, los bailes de estudiante, los picnics en la laguna, etc. Y muchas cosas más.

Y las personas...

Nunca me voy a olvidar de mis inseparables amigos de aquellos tiempos: el “Coqui” Sondon, el Chacha Rizzi, el “Trapo” Jáuregui, el Chelo Benítez, el Negro Oliva y el Moncho Arce. No me voy a olvidar tampoco del Negro Correa, El Palomo Balbiani, la Vaca Llanos, el Chueco Vela, el Narigón Paris y el Ratón Rodríguez. Y muchos más que me estoy olvidando y les pido disculpas. Con ellos, lo lejos que estaban nuestras familias casi no se sentía. O por lo menos la distancia era compartida.

Los profesores que me quedarán en la memoria: el Chancho Fernández, que nos hacía parir cada fin de año, el pelado Miller; los preceptores: el Cholo Capra, Pichina, Di Tulio, Zulma y quien fue el director en esos tiempos, El Gato Peters, con quien durante un tiempo nos seguimos encontrando por cuestiones políticas. Mi memoria hace que me olvide de muchos.

Durante los primeros días de ese primer año de clases, en las noches, en el internado, se podía oír llorar hasta al más guapo, por estar lejos de nuestras familias. Teníamos nada más ni nada menos que 13 años. Por suerte con el paso del tiempo, el llanto cesó hasta los últimos días de sexto año, en el que la vida nos volvió a separar de los seres queridos, antes parientes, en ese momento amigos.

Como me voy a olvidar de esos intentos fallidos de querer cantar y tocar, destrozando esa hermosa canción del flaco Spinetta, “Plegaria para un niño dormido”.

¿Te acordás cabezón? ese picnic del estudiante cuando me puse a cantar, lo más lindo es que pensaba que lo hacía bien. Es el día de hoy que todavía me cuesta pegarle a una sola nota.

Tampoco me voy a olvidar de aquellas madres que me adoptaron un poquito en algún momento de esos años y me albergaron en sus casas, dándome mucho más que un lugar donde quedarme a dormir o una suculenta merienda. Por ahí vale la pena explicar que quienes no éramos de Las Flores o no teníamos parientes ahí se nos complicaba la estadía en los momentos en que no estábamos en la escuela y días no lectivos. Siempre había algún lugar donde “tirar el poncho y echarse a dormir”. A la mamá del Trapo y del Coqui, les agradezco inmensamente lo que han hecho por mí. Eran las casas en donde más me quedaba.

No puedo dejar de agradecerle a mis viejos, que hicieron el esfuerzo de llevarme a estudiar ahí. A mi vieja que ya no está, gracias por bancarte semejante ausencia todos los días, encima muchas de las veces que debía volver a casa, me quedaba en Las Flores porque había algo que me tenía más ocupado.

En esa hermosa ciudad también me enamoré por primera vez. Hoy ambos seguimos por diferentes caminos y siempre recuerdo ese amor con alegría, porque a pesar de los vaivenes fue un amor verdadero e inigualable.

Nunca me voy a olvidar de los momentos que pasé con esa hermosa familia, que también me adoptaron un poquito. A Mari y a Roberto también les doy las gracias y espero en algún momento poder encontrarnos a tomar un mate y poder ver cómo nos trató el paso del tiempo.

Pero volviendo a la escuela, tengo inmensidad de recuerdos que necesitaría miles de páginas para poder contarlas.

Tengo grabado a fuego ese banco de la plaza donde hemos pasado incontables noches, charlando y mirando a las hermosas mujeres pasar.

A raíz de este viaje me volví a acordar de ese día, en primer año, que sin darme cuenta, cuando me despedí de mis padres, dejaba algo atrás para comenzar a vivir una vida llena de momentos, que sólo podrán entender quienes pasamos esos maravillosos años en “La Agraria”

Por eso, le doy gracias a esa hermosa ciudad y a quienes conocí en esos tiempos por albergarme y enseñarme mucho más que lo que un plan de estudio puede darte...

Juan Leandro Morielli
Egresado 1990