sábado, 2 de mayo de 2009

Nunca más volvimos a encontrarnos


Recuerdo el día en que nos conocimos, fue hace treinta años, recuerdo el aroma del café que compartimos en ese viejo bar de la calle ayacucho. Lo que nos amamos durante todo ese tiempo, lo que compartimos. Hoy me siento a un lado de la cama con la soledad del nido vacío. Te miro y no puedo entender porque nunca más volvimos a encontrarnos.
Leu.-

Nunca ocurre nada bueno después de las dos de la mañana


Generalmente las cosas no son como parece, pero son así, como salen. La historia de hoy no es más que una historia de barrio, interpretada por alguien común y corriente que no superaba las expectativas de la media. Pablo cursaba el segundo año de economía, su padre era contador al igual que su madre, él todavía vivía con ellos. En su casa no sucedían grandes cosas, se comía a las nueve, se miraba televisión hasta las once y media, se acostaban a las doce y cuando salían nunca volvían mas allá de las dos de la madrugada, porque, como decía su padre, su abuelo y gran parte de sus antepasados, nunca ocurre nada bueno después de las dos de la mañana. Y de esa forma fue criado Pablo, quien cuando salía convencía a todos sus amigos que él debía llegar a casa antes de las dos porque no hacia falta más tiempo para divertirse. No tomaba en exceso, no fumaba, hacia deportes. Era el hijo que las madres quieren para ellas, educado, tímido y elegante. Pero a la mayoría de los jóvenes les resultaba aburrido, poco atractivo para divertirse, era el hazmerreír de las reuniones. Cuando se iba antes de las dos, la mayoría se burlaba a sus espaldas. Nunca agradaba demasiado su vestimenta, la cual carecía de toda extravagancia. Sus camisas siempre bien planchadas, los pantalones pinzados con la raya marcada al medio, pelo corto con raya al costado. Pero parece que eso no es lo que estaba de moda. Pablo seguía firme con lo que parecía eran sus ideas. Nunca renegaba de sus padres, ni los contradecía. Siempre estaba bien predispuesto para ayudar a quienes lo soliciten. No tenía grandes aspiraciones. Solo quería terminar los estudios, así podría entrar a trabajar en la empresa donde lo hacia su padre, quien se jubilaría luego de enseñarle los quehaceres laborales. Su madre no dejaba de protegerlo, lo cuidaba como si fuese un niño. Cocinaba siempre lo que a él le gustaba, igualmente nunca hubo grandes innovaciones culinarias, churrasco con ensalada, milanesa con puré ó papas fritas, pollo al horno, etc. El sushi solo lo habían probado en el casamiento de la tía marta, la hermana de Pablo, el padre, ¿cómo creían que se llamaba?. En fin, como dije antes, no sorprendían a nadie.
Un día pablo es invitado a una fiesta de la facultad, estaba emocionado, era la primera vez que iría a una. Preparo todo con lujo de detalles una semana antes. Busco su mejor camisa, se compró un pantalón nuevo, los leñadores estaban impecables. El suéter que le había tejido la nona le quedaba pintado. Una preciosura. Llegó el día, eran las seis de la tarde y Pablo ya se estaba preparando. La fiesta era a las once. Cómo será, conoceré a alguien, ira la morocha que siempre se sienta en la primera fila, se preguntaba mientras se afeitaba. A medida que pasaban las horas, las manos le transpiraban cada vez más, el corazón le latía más rápido. Esa noche no cenó, tenía miedo que algo le produjera alguna indisposición. Pidió el remisse una hora antes para no tener problemas. Ya era la hora. Los padres lo despidieron en la puerta. Estaban emocionados, el nene pertenecía al grupo que ellos querían. Pablo se fue, la celebración era a unos treinta kilómetros de su casa. Parecía que serían más de mil, no pasaba más el tiempo. De una vez por todas llegó a la fiesta. Los nervios lo estaban matando. Cuando se quiso acordar ya estaba disfrutando de la noche. Conversó con compañeros con los cuales no había cruzado ni siquiera un saludo. Las chicas venían hacia él solicitando atención, como si fuese algún personaje de la farándula. No lo podía creer. Nunca en su vida la había pasado tan bien. Pero como todo las cosas, éstas se terminan. Miró su reloj y eran las dos menos cuarto de la mañana, fue al guardarropa, retiro el saquito de la nona y enfilo hacia la entrada para pedir un coche, ya estaba nervioso porque sabia que llegaría después de las dos a casa, pero se consolaba pensando que ya se estaba yendo. En el momento en que llega a la puerta, sorpresivamente se encuentra con la morocha de la primera fila, cruzan la mirada y ella le dice, no me pensás saludar?, hace rato que estoy esperando encontrarte en alguna reunión pero nunca venís. Pablo no sabia que hacer, se quedó pensando segundos que parecieron años, tomó coraje y le dijo: hola, buenas noches, a mi también me alegra verte. ¿Vas a tomar un poco de aire? Te acompaño, dijo ella. Él no sabia qué hacer, los minutos pasaban y todo iba cada vez mejor, ya casi eran las dos y aparentemente no podía suceder algo bueno después de esa hora. Igual tenía un poco de miedo, durante toda su infancia no paro de escuchar historias no muy divertidas que hayan tenido lugar por esas horas. Decidió quedarse un rato más, Marcela, así era como se llamaba la morocha, no paraba de conversar, de adularlo, él solo la miraba embobado, sentía algo en el estomago que nunca antes había sentido. De repente como si alguien hubiese invadido su cuerpo, como si estuviese poseído, exclamo, me gustas mucho. Marcela enmudeció. Uh que cagada me mande, pensó él, hasta que se dio cuenta que Marcela cerro los ojos y se acercaba como para besarlo. No lo podía creer, se le estaba dando. Él nervioso acerco sus labios y se unieron en un beso interminable. Y así pasaron un rato. Cuando se quisieron acordar eran como las cinco de la mañana. Pablo se despidió de Marcela y quedaron en verse al otro día. Estaba feliz, no lo podía creer. Volvía a su casa como nunca lo había imaginado. La noche era inigualable. Tan inigualable que nunca se imagino preguntando ¿a quien se le ocurrió decir que no ocurre nada bueno después de las dos de la mañana?
Por cierto, esas fueron sus últimas palabras antes de ingresar al hospital zonal, luego de que el chofer realizase una mala maniobra al querer adelantarse a ese gran camión que los demoraba de regreso a casa.

Leu.-